jueves, 29 de diciembre de 2011

La Tradición de Navidad

Cuando llegan estas fechas, no pienso en mesas llenas de comida, ni en la casa repleta de familiares, pienso en un rito en una tradición que instauró mi padre en nuestra familia, ir a Barcelona unos días antes de navidad.
He seguido con esa tradición, desde que mi hija era pequeñita, cada 21 ó 22 de diciembre, nos desabrigamos y pasamos el día en Barcelona. Me doy cuenta de que todo ha ido cambiando, cuando era pequeña íbamos a mirar los adornos de las calles y como no, la exposición de pesebres y dioramas, además de pasear por la rambla , ver a los animalitos que vendían, ahora está prohibido y esa parte de la ramblas ha perdido todo su encanto. Siempre terminabamos de la misma forma, ella llorando y yo diciendo: eso pídelo a los reyes, lo recuerdo con tanto cariño, tan lejano todo ...
Ella fue creciendo y nuestros paseos cambiando. Nuestro paseo comenzaba en la calle Pelayo, repleta de tiendas y de músicas que se entremezclaban, hasta causar vértigo. Ella, feliz y sonriente, tirando de mi para hacerme entrar en cada tienda o en cada lugar donde podía probarse cosas, eso también lo sigo recordando con mucho cariño.
Ahora, ella ha crecido y nuestra ruta comienza en el mismo lugar, pero  a la altura de la calle Jovellanos siempre me dice: vamos por aquí, yo sonrio, porque al fin y al cabo yo hacia lo mismo con mis padres. Frente a nosotras queda la calle Tallers, llena de tiendas de ropa vintage, pin up, gótica, nos adentramos en ellas ,más que madre e hija parecemos amigas. Seguimos caminado, llegamos a las tiendas de música, tiendas que antes estaban a rebosar y que Internet, y las descargas, han ido dejando vacías.
Hoy me apetecía ir a Barcelona sola, recorrer sitios que a otros aburren, pero que a mi me dan vida.
He comenzado mi recorrido por las Ramblas, por el centro, para que no se diga, he girado por Tallers, me he adentrado por la calle Segolers para ir a dar de lleno al raval, con sus callejuelas estrechas  llenas de matices, con tiendas minúsculas con sus olores característicos. Me encanta el raval, con sus putas, sus razas, sus tiendas de comida de todos los países.
El mercat de la Boqueria es otra de las visitas obligadas, mi compra de frambuesas, fresas del bosque, arándanos y toda clase de frutas que no encuentro en mi pueblo. Mientras paseo entre los tenderetes, busco por entre las bolsas y sin que me vean me como alguna fruta, como si de una niña que hace algo malo se tratara.
Atravieso las Ramblas, y miro , como siempre desde que tengo uso de razón, el edificio del Dragón, siempre lo llamé así, no tengo ni la menor idea de como se llama, pero es precioso, un día buscare la historia y os la contaré. Me adentro por la calle de la Boqueria hasta llegar a Banys Vells, una preciosa calle con una tienda de antigüedades, en la que James Cameron compró el vestuario para su oscarizada película, Titanic.
Llego a la plaça Josep Oriol y mis piernas me encaminan hacia la iglesia que preside dicha plaza, entro, me siento, me embarga una paz infinita. Salgo y subo por la calle Petrixol, otra de las calles con más encanto de esta ciudad, para ir a Portaferrisa hasta Portal del Ángel y a la plaza de la catedral. Me encamino hacia la plaça Sant Jaume y algo rompe totalmente el encanto, una manifestación de funcionarios rompe la magia del lugar, así que los esquivo y me voy el Call, el barrio judío de Barcelona , entro en la sinagoga, llena de velas y con un talmud en un atril.
Miro el reloj y es tarde, mi vida me espera a cincuenta quilómetros, así que vuelvo a plaza Catalunya, pago una fortuna de parking, entro en el coche, pongo un cd que he grabado, pues el que esperaba no ha llegado y se apaga la magia.

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